EMOCIONES
Cada día estoy más convencida de que en las sensaciones nos va la vida, así de rotunda.
En estos últimos días la vorágine ha sido indescriptible, pero en ascenso, no ha habido momentos de bajar y subir como un yo-yo desenfrenda... No.
Y es ahí, en la ausencia de patrones con los que comparar (porque todo lo que se siente es nuevo y único), donde la relatividad de las cosas adquiere una dimensión especial... y también la distancia con los semejantes, porque a pesar de una proximidad tan absoluta que hace posible identificar la piel del que tienes al lado, el sentir corretea por la estratosfera, blandiendo gasas transparentes y dejandose despelujar por hipotéticas brisas de lo más bucólicas y atemporales.
No, que no, que no me estoy volviendo loca... Es que en una misma semana he vuelto a mis siete años, he pasado a los diecisiete, he seguido con los veintitantos y de un salto me he plantado en casi los sesenta, en una suerte de futurismo loco que no tenía visos de agonía ni nada que se le parezca, si no todo lo contrario.
El sábado volví al colegio de mis amores, donde pasé diez largos años... Una convocatoria de ex alumnos 25 años después de haber salido hartos (por aquel entonces) y desesperados por comernos el mundo (que el atracón ha sido de terminar en urgencias... jajajajajajaja). Las miradas cruzadas: ¿serás tú? ¿de qué promoción? Tu cara me suena... Qué divinidad. La piel erizada desde el primer paso y los ojos como platos, redescubriendo un pasado que nos dejó pletóricos de experiencias especiales y sentimientos... porque, como dije al principio, en las sensaciones nos va la vida... así de rotunda.
Lo de transportarme a los 60 años también tiene su explicación, pero eso será otro día.
Besos... estupendos seres humanos.