MI AMIGA CAROLINA

A veces pasa... que de tanto tener a la gente que quieres pegada a la piel te acostumbras a que sean parte de ti, y como siempre te acompañan, no te acuerdas de mencionarla.

A Carolina la conocí hace diez años... ya tenemos una década juntas, pequeña... y de ese tiempo a hoy nos han ocurrido las mayores barbaridades que se puedan imaginar, pero también unas cuantas delicias que nos compensan por tanto descalabro. Y es que ambas las dos compartimos una actitud ante la vida un tanto suicida, no sabemos pasar de puntillas ni saborearla, parecemos dos elefantes bailando reggaeton en una cristaleria y despedazando el hoy a bocados, como una hamburguesa gigante.

Carolina tiene los ojos grandes y verdes, y la sonrisa siempre puesta, y las manos abiertas para abrazarte, y su casa es como la sala de llegadas de la T4, enorme, donde todos cabemos. A Carolina a veces le sabe la vida mejor y otras peor, pero siempre tiene un plato de pasta con nata para regalarte, y un vino fresquito en la nevera, y un abrazo a tiempo, y un beso sonoro... A Carolina siempre la encuentras, esté donde esté, y te responde a lo bueno y lo menos bueno como si en ello se le fuera la propia vida...

Carolina es una de esas personas que, junto a mi familia, me gustaría llevarme al otro lado del charco... para seguir compartiendo detalles y mudanzas, sonrisas y pensamientos, salsa carbonara, margaritas y cariños... Y ahora Carolina anda pensando que tal vez yo no piense en ella, y que me olvido... Carolina es un ser humano estupendo, bella por fuera y bella por dentro, y yo tengo la suerte de ser importante para ella...

Niña... pero cuánto te quiero